Según un estudio de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) y el Fondo de Población de Naciones Unidas (FPNU) presentado en la I Conferencia Regional sobre Población y Desarrollo el pasado agosto en Uruguay publica Diario La Prensa.
A mediados del siglo XX la tasa de mortalidad infantil regional cayó más del 86 %, de 138 a 19 defunciones anuales por cada 1.000 recién nacidos vivos, y en todos los países se ha observado una reducción del riesgo de muerte antes del primer año de vida.
Llama también la atención la caída de la fecundidad en una región que a mediados del siglo XX tenía una tasa de 6 hijos por mujer, un hijo más que el promedio mundial, pero que en los noventa ubicó ese índice en 2,9, por debajo de la media del planeta, y en los últimos veinte años en 2,17.
En este contexto se ha ido produciendo una desaceleración paulatina en el crecimiento de la población de América Latina. Después de triplicarse entre 1950 y 2010, al pasar de 167 a 590 millones de habitantes, se prevé que hasta 2030 registre una subida del 20 % y de solo un 9 % más hacia el año 2050.
Entre las preocupaciones del informe sobresalen las relativas a la infancia y la adolescencia. El 45 % de menores de 18 años eran pobres en 2009, un fenómeno que para Naciones Unidas es “inaceptable”.
El estudio considera que “uno de los principales mecanismos que contribuyen a la reproducción” de esa situación es “el limitado acceso de los niños y jóvenes pobres a la educación de calidad“.
En este terreno, El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua presentan las peores tasas, pues solo se mantienen en las escuelas el 75 % de los jóvenes de 15 años.
Tan malo o peor es el apartado de fecundidad adolescente, pues “en la mayoría de países con datos disponibles ha habido un aumento del porcentaje de jóvenes madres entre 1990 y 2010 (12 de 18 países)”.
Pese a que la tendencia desde 2000 se atenuó, todavía 10 de 18 países en la última década sufrieron subidas (Argentina, Bolivia, Colombia, Ecuador, Guatemala, México, República Dominicana, Nicaragua, Perú y Venezuela), aunque en los tres últimos de forma marginal.
Detrás de estos últimos indicadores subyace el hecho de que “la región continúa siendo la de mayor desigualdad entre las regiones del mundo”. Estas diferencias son palpables en materia de salud reproductiva entre las mujeres rurales, jóvenes, con menor nivel educativo e indígenas.
Justamente “la desigualdad étnica es una dimensión adicional de la aguda desigualdad regional”, con una mortalidad infantil en los niños indígenas un 60 % superior a la de los no indígenas.
Pese a estas últimas sombras, el estudio vaticina que “el contexto actual de crecimiento económico y de mejoras distributivas abre una oportunidad para avanzar en la eliminación de los desequilibrios del desarrollo y la calidad de vida”.